Eat, Pray, Love (Ryan Murphy, 2010)



Elizabeth (Julia Roberts) es una neoyorquina con un oficio bien remunerado que le permite viajar, pero que no sabe qué hacer con su vida. Está en pareja con alguien más joven que ella, se separa, vuelve a reincidir con otro más joven hasta que hace crisis nuevamente y decide ir a Bali para visitar a un gurú que le anticipa el camino  para encontrar la felicidad. Este recorrido se traducirá en un viaje a Italia (comer), a la India (rezar) y nuevamente a Bali (amar). 



















En Comer encontrará el placer de consumir lo que desee sin miedo a aumentar el talle de la ropa en una Italia turística y reproduciendo lo que un extranjero (en este caso estadounidense) imagina de Italia y sus habitantes. La curiosidad es que Elizabeth come hasta reventar, pero no se relaciona con nadie. Sin dudas, el segmento más ridículo de la película.










Con Rezar, Elizabeth sufrirá con la pobreza de la India. Incluso tendrá un gesto magnánimo en hacer una colecta entre sus amigos para que una indigente pueda tener techo propio y así verla festejar de manera ridícula ante su mirada boba. También aquí se presenta el golpe bajo de marras (Richard Jenkis), obligatorio para que nos quede claro que no todo en la vida es viajar por lugares exóticos.







En Amar, por fin, Elizabeth volverá a Bali para encontrar nada menos que al galán Javier Bardem, un viudo con dinero (por supuesto), que se enamorará perdidamente de ella (que por suerte ya perdió el apetito para recuperar su esbelta talla) e intentará convencerla con sólidos argumentos materiales en llevar una relación madura y económicamente solvente.












Eat, Pray, Love
 es el ideario símil Sex and the city sobre lo que se entiende como liberación femenina. Es decir: dinero, viajes (siempre al exterior con destino turístico/paradisíaco), introspección espiritual y amor con alguien bien parecido y adinerado. Reglas que se cumplen a rajatabla. Para peor, la puesta en escena es un caballo desbocado que busca todo el tiempo generar ritmo, algo inexplicable para una película que se supone introspectiva. Por no hablar de la construcción superficial de los personajes, donde Julia Roberts pone la carcajada con mirada boba, Bardem el sex appeal, Richard Jenkis un par de lágrimas y James Franco los rulos. 


 Ni siquiera resiste como película de autoayuda.

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