The Terminal (Steven Spielberg, 2004)

 















Viktor Narvoski (Tom Hanks), es un ciudadano de europa del este que queda varado en el aeropuerto de Nueva York al cortar relaciones diplomáticas EEUU con su país tras un golpe de estado. Mientras se soluciona el contratiempo diplomático se le ofrece permanecer dentro de los límites del aeropuerto.





Durante la primera hora, Spielberg crea dentro del aeropuerto un país habitado por extranjeros. Las puertas de vidrio del aeropuerto son la frontera que se traspasará a fuerza de humillaciones y mentiras. La interelación de los personajes es lo mejor de este tramo: Viktor con el encargado de seguridad del aeropuerto (Stanley Tucci) y este con el policía (Barry Shabaka Henley), en cuya órbita se generará las leyes por la cual Viktor deberá regirse; y Viktor con sus pares: un mexicano que le facilita comida (Diego Luna), un empleado de maestranza de turbio pasado (Kumar Pallana) que lo ayudará en la supervivencia y un encargado de equipaje que apuesta objetos olvidados en el aeropuerto (Chi McBride). También en este segmento se encuentra la excelente y desesperante secuencia donde Viktor se entera de lo que pasa en su país por la televisión. 



Pero si durante esta primera hora la película concentra toda sus virtudes es cuando aparece el innecesario personaje de la azafata Amelia Warren (Catherine Zeta Jones) donde la película fuerza una relación sentimental que no cuaja a pesar de subrayar hasta el cansancio la soledad de la azafata y exagerar la bondad empalagosa de Viktor. De hecho, las partidas y regresos de Amelia llevan a desorientar la temporalidad de la trama y apurar un desarrollo que lleva a la ridiculez absoluta de una cena romántica con vista a la pista de los aviones. 




Como si la relación Amelia-Viktor no fuera suficiente, se agrega otra secundaria entre el mexicano y la policía encargada de sellar las visas (Zoe Saldaña) que es todavía más ridícula al utilizar a Viktor como celestino para proponer un matrimonio como si estuviéramos en el siglo XVII. Supongo que el imaginario estadounidense debe creer que los latinos mantienen esos ritos.







Pero no sólo en cuanto a lo sentimental la película le entra de lleno a la ridiculez: como su dinero no sirve en EEUU, Viktor se ve en la necesidad de conseguir dólares para comer. Al inicio de la película el ingenio lo lleva a ganarse unas monedas hasta que el jefe de seguridad del aeropuerto le quita esa posibilidad. Entonces, porque sí, Hanks comienza a arreglar una pared en el lugar donde se acobachó, que es un sector del aeropuerto en refacciones. Por supuesto, dejará impecable la pared y el encargado de la obra quedará tan admirado al descubrirla que lo contratará en negro. Esto le servirá a Viktor para homenajear a la azafata construyendo una fuente con mingitorios para declararle su amor. Respecto a esto: resulta increíble la facilidad con que Viktor rompe paredes, las emparcha, las pinta y hasta escucha música a todo volumen como si en el aeropuerto no hubiera nadie controlando.



En el tramo final, cuando ya le película parece irrecuperable, Spielberg retoma el tema principal para redondear un final desdibujado con un epílogo insípido donde hasta parece ridícula la misión de Viktor en EEUU.





Hace rato que Spielberg se autoimpuso una duración en sus películas que tiene como piso los noventa minutos. A veces le resulta. Otra veces, como en este caso, no.

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