The Polar Express (Robert Zemeckis, 2004)

 














La carrera de Robert Zemeckis post Back to the future fue sufriendo un declive casi imperceptible pero sostenido. Después de Cast Away (2000, su última gran película), Zemeckis se engolosinó con la técnica de animación "de captura de movimiento" que al principio sorprende pero la ausencia de un guión compacto que sostenga las imágenes termina por dejar en el recuerdo solamente la sorpresa. Algo que no sucede con la excelente The adventures of Tin Tin (2011) de Steven Spielberg, por ejemplo.




The Polar Express cuenta la historia de un chico que va perdiendo la creencia en Santa Claus y es recogido en el frente de su casa por un tren  (el Expreso Polar del título) que lo llevará al Polo Norte durante la Noche de Navidad en la cual Santa Claus se prepara para el reparto de regalos. Dentro del tren viajará con otros chicos y se hará amigo de una niña y de un niño pobre (el infaltable toque Dickens) quien tampoco cree en la Navidad porque nunca recibió un regalo. Por supuesto, los tres (junto al guarda del tren) vivirán aventuras sorprendentes antes de arribar a destino.


La película  funciona muy bien mientras la acción está dentro del expreso. Robert Zemeckis se caracteriza por hacer avanzar la trama de manera externa o interna y cuando logra un equilibrio en esa combinación el resultado siempre es atractivo: las vicisitudes con la pérdida de un boleto, el descongelamiento de un lago de nieve o el encuentro de un fantasmal vagabundo en el techo del tren, trasmiten la adrenalina necesaria como para seguir enganchado a la historia. Pero todo se desarma cuando el Expreso llega al Polo Norte. A pesar de la sorpresa que causan la presentación de Santa Claus remitiendo a Apocalypse Now! y el tono demasiado marcial y casi liefensthaliano en las imágenes de multitud (¿la Navidad como una dictadura del regalo?), la extensa e innecesaria secuencia del vagón del tren (claramente, un relleno para completar minutos de película) diluyen el efecto (y sus derivaciones) y cuando Zemeckis retorna a la historia hay una sensación de hastío que le cuesta descartar.


El final tampoco logra el impacto que se propone (aunque la idea del cascabel que solamente los niños pueden escuchar es efectiva): además de la lección de vida y lo edulcorado de la apertura de regalos, al  subrayado musical de Alan Silvestri le falta abofetear al espectador para obligarlo llorar. Solamente la voz en off de Tom Hanks aplaca el despropósito.



Luego de The Polar Express, Zemeckis insistió con dos producciones más con la misma técnica de animación que fueron desdibujando una filmografía que, por el momento, parece irrecuperable. Aunque con la trilogía de McFly ya hizo mérito suficiente.

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