True Grit (Henry Hathaway, 1969)

 
















A fines de los '60, el western ya era parte de una época irrepetible dentro de la industria de cine estadounidense aunque intentaba reinventarse con películas como Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) donde los caballos trocaban en motocicletas. Sin embargo, algunas producciones aún insistían en los códigos del género pero agregándole más violencia (Wild Bunch, Sam Peckinpah, 1969), revisionismo histórico (Little big man, Arthur Penn, 1970) o, desde europa, una distorsión que funcionaba homenaje/parodia con cimientos más políticos (spaguettis westerns).

 



En este contexto, True Grit es un western celebración de John Wayne como ícono indiscutible del género. Lo curioso de la película es que el homenaje tiene una ambigüedad que llama la atención. 
 
Si bien la temporalidad de la trama es la clásica del western, la estética, la actuación, incluso la mirada social, están impregnadas por el año de producción. Hay una estética cuasi televisiva, con encuadres muy cerrados, donde el entorno no tiene mayor importancia.  Los personajes parecen ajenos al entorno: Mattie Ross (Kim Darby) es una mujer independiente a pesar de su edad; el forajido Ned Pepper (Robert Duvall) es un tipo resolutivo y analítico; casi culto. El delator Moon (Dennis Hopper), claramente carga la impronta generacional en sus movimientos. Aunque el entorno es rural, los personajes parecen de una ciudad.


Lo otro más llamativo aún es la mirada de la película sobre el Marshall Rooster Cogburn (John Wayne). Desde el momento en que Mattie Ross conoce al Marshall, la película no parece suscribir a las mañas del representante de la ley. De hecho, lo primero que muestra es un maltrato injustificado a un delincuente que capturó. Y durante un juicio, quedará en claro que Cogburn es cuestionado por su brutalidad y la única defensa a su proceder es la del mismo Marshall. Es como si True Grit, ¿sin proponérselo? cuestionara al mismo ícono que homenajea. Es tan llamativa esta lectura que uno no puede dejar de pensar que John Wayne podría haber sido Harry El Sucio.

Pero más allá de esto, la película no se toma muy en serio a sí misma: hay un clima juguetón y risueño donde lo importante es la aventura y poco más. La imagen final -John Wayne cabalgando- asume que el tiempo ha pasado y la mirada sobre el Lejano Oeste ya no es romántica ni idealista. Sólo queda la aventura. Tal vez esa ausencia de solemnidad es el mejor homenaje para The Duke.

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