Blancanieves (Pedro Berger, 2012)

 

Antes que nada hay que reconocer el riesgo de hacer en el 2012 una película en blanco y negro y muda. Riesgo que también asumió en 2007 Esteban Sapir con La Antena, sin bien con una estética neoimpresionista que atenúa bastante el salto al vacío de volver al film mudo.












Pedro Berger, además de arriesgarse con la estética de la película, también se arriesga en la adaptación del clásico de los Hermanos Grimm. En este caso, Blancanieves es una huérfana cuya madre (Inma Cuesta) muere en el parto el mismo día en el cual un toro embiste a su padre (Daniel Giménez Cacho), un reconocido torero, para dejarlo parapléjico. La enfermera que atiende al padre (Maribel Verdú) terminará casándose con él y dejará a la niña para que la críe su abuela materna (Angela Molina). Al morir la abuela, la niña irá a la mansión donde la madrastra tiene al torero encerrado en un cuarto mientras mantiene una relación sadomasoquista con el chófer. Al morir el padre, la madrastra intentará matar a la hijastra, ahora adolescente (Macarena García), quien logra escapar de su asesino y será rescatada por un grupo de enanos artistas quienes la adoptan y bautizan como Blancanieves. El grupo saldrá de gira por los pueblos donde Blancanieves se revelará como una gran torera.




Tras el acomodamiento al estilo, la película deja la sensación que nunca logra justificar el título. La broma de que sean seis los enanos en lugar de siete no disimula lo alejada que está la película del cuento de los Hermanos Grimm como para darle nombre. Un ejemplo es La Madrastra, personaje muy desdibujado a pesar de que Maribel Verdú hace todo lo posible para darle entidad. Que La Madrastra sea sádica en su sexualidad no llega a ser motivo suficiente como para creerle que mande a matar a la hijastra. Tampoco que mate accidentalmente a su amante (escena traída de los pelos, por otra parte) parece dar pie a sus instintos asesinos contra Blancanieves. Y el recurso de la manzana envenenada se la pasa rozando el ridículo todo el tiempo. El epílogo tampoco justifica demasiado con su vuelta de tuerca: Blancanieves, luego de ser envenenada, queda en un letargo vegetativo y es exhibida como una atracción de feria (puesta en escena que mezcla/recuerda a Freaks (Tod Browning, 1932) con The Elephant Man (David Lynch, 1980) donde por unas monedas se le da la posibilidad a alguien del público de convertirse en el príncipe azul que la despierte. Obviamente, eso no sucede y solamente uno de los enanos que está enamorado de ella la acompañará en esa humillación mientras vemos a Blancanieves dejar caer una lágrima a pesar de su inmovilidad.



Lo interesante de la elección estética de Blancanieves se pierde en una historia chata, aburrida y sádica donde a los personajes se les obliga hacer lo contrario a lo que desean. Uno se pregunta para qué Berger eligió adaptar Blancanieves con el único fin de maltratar al personaje en vida y humillarlo durante su indefinido letargo. 


Tal vez la manzana envenenada sea la película misma.

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