Barfly (Barbet Schroeder, 1987)

 















Por los años ochenta, Charles Bukowski tuvo una expansión que lo emergió del escritor subterráneo a un producto de cultura masiva gracias a una personalidad contracultural, ciertos desplantes efectivos y alguna que otra bravuconada. Bukowski, por fin, vivía de Bukowski.






Dos directores en la misma década se vieron interesados en la figura del escritor. Uno de ellos fue Marco Ferreri con Storia di ordinaria follia (1981) donde Bukowksi era interpretado por Ben Gazzara y el otro fue el inasible Barbet Schroeder con Barfly.








Barfly capta muy bien el espíritu de los cuentos de Bukowski. Igualmente, para aquellos que no lo leyeron, la película es autónoma a los textos al lograr cierta sordidez y aspereza que la hace tan marginal como los personajes que la habitan. Barfly comienza con la cámara entrando a un bar para dirigirse a la parte de atrás del local y desembocar en un callejón donde Henry (Mickey Rourke) y el bartender del bar, Eddie(Frank Stallone) se pelean a puño limpio dentro de un círculo de personas destruidas por la vida. La pelea no es menos contundente que la apariencia de sus espectadores: narices inflamadas por el alcohol, rostros desmejorados, desdentados, sucios. Un conjunto de perdedores deleitándose con las bocas partidas de dos contrincantes. Es un muy buen arranque que mantiene el nivel cuando vemos el hotel de mala muerte donde vive Henry, la violencia que lo rodea y cómo deja lugar para la escritura con música sinfónica de fondo. 


En este mundo fangoso, surge el interés de Henry por Wanda (Faye Dunaway), una alcohólica divorciada cuyo ex-marido le paga el alcohol que consume. La unión entre Henry y Wanda propondrá un nuevo comienzo para sus vidas a partir de la sumatoria de vicios; pero el problema es que ninguno de los dos tiene la fuerza suficiente como para recomenzar. Hasta este momento, la película es quirúrgica en su descripción, Mickey Rourke y Faye Dunaway están excelentes (de hecho, es la mejor interpretación de ambos), y Schroeder  mantiene un humor casi negro que disimula el drama. 


El problema surge cuando aparece el personaje de Tully (Alice Krige), editora de una revista literaria que contrató a un detective (Jack Nance) para que diera con Henry al estar interesada en sus cuentos. Tully desarma la historia, la achata, el personaje es casi una caricatura superficial que sólo sirve para demostrar que Henry también puede conquistar mujeres de un nivel cultural alto, de un mejor status social y, por sobre todo, más jóvenes. Este descalabro (que Schroeder deja en piloto automático porque es imposible de armar) es entera responsabilidad del guión. Y el guionista no es otro que el mismo Bukowski.



Si la intención de Bukowski fue hacer una metáfora de la alta cultura contra la baja cultura representada en  dos mujeres tirándose de los pelos, hay que decir que el resultado es espantoso y fuera del tono de la película. Tampoco resulta efectivo el ingreso de Henry a la casa de Tully sólo para reírse de ella por tener dinero. Para colmo, el personaje de la editora no es jactanciosa ni mira con desdén el entorno; por lo tanto, la burla que le hace el guión al personaje es innecesaria y solamente sirve para lustrar el ego del guionista.


En el balance, la película se queda en la orilla  y desluce el muy buen trabajo de Schroeder como director y Dunaway y Rourke como intérpretes. El divismo de Bukowski (que además hace un cameo en la película cuando Henry y Wanda se conocen) lo echó a perder.

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