Laberinto de pasiones (Pedro Almodóvar, 1982)

 














Tercera película de Almodóvar con todos los defectos de un director que ya maneja el cálculo y la manipulación para lograr efecto pero todavía no sabe disimular los hilos En este caso tenemos a Sexilia (Cecilia Roth) la ninfómana hija de El Doctor (Fernando Vivanco) un sexólogo descubridor de la reproducción sin sexo quién se reencuentra con un viejo amor de la infancia Riza Niro (Imanol Arias) que es el hijo de un rey de medio Oriente que se esconde en España mientras tiene sexo con cuanto joven se le cruza.


Los personajes se completan con un tintorero (Luis Ciges) que abusa de su hija Susana (Marta Fernández Muro) cuando la confunde con su esposa que lo abandonó, la psicóloga de Sexicilia quien quiere tener sexo con El Doctor, un grupo de terroristas que quieren secuestrar a Riza Niro y se valen del olfato de Sadec (Antonio Banderas) para lograrlo y una banda de rock que deja de lado al cantante por Riza Niro.




Todo esto junto no rinde porque Almodóvar calculó cada  momento de desparpajo y delirio sin preocuparse si tiene lugar dentro de la lógica de la película. Es así que el abuso incestuoso entre El Tintorero y su hija está lejos de ser gracioso por la intención absoluta de provocar. Lo mismo que el franeleo entre Sadec y Riza Niro. Por no hablar de Susana cambiando su rostro por el de Sexilia únicamente para terminar teniendo sexo con El Doctor quien cree que es su hija y de paso justificar el remate de un chiste que nace con el abuso. Solamente en el tramo final, Almodóvar recupera el humor a lo Berlanga y le da un aire de frescura a una película asfixiada por el capricho.


En definitiva, una película fallida, pesada, sin la burbujeante ferocidad de Pepi, Luci, Bom y un Almodóvar más preocupado en mantener su rango de provocador que de director de cine.


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