Entre tinieblas (Pedro Almodóvar, 1983)
Después del pobre resultado de la calculada provocación de Laberinto de pasiones, Almodóvar dio el paso obvio y se metió con la religión.
Yolanda (Cristina Sánchez Pascual), una cantante de un cabaret que oficia de mula para su novio adicto termina refugiándose en un convento para escapar de la policía que la busca por la muerte por sobredosis de su pareja. El convento en donde huye y es regenteado por la Madre Superiora (Julieta Serrano) ayudada por Sor Estiércol (Marisa Paredes), una adicta al LSD; Sor Perdida (Carmen Maura), quien tiene de mascota a un tigre; Sor Vibóra (Lina Canalejas), enamorada de un sacerdote (Manuel Zarzo) y Sor Rata de Callejón (Chus Lampreave), una oculta escritora de best sellers eróticos, quienes sobrevive en el convento gracias a la donación de una Marquesa (Mari Carrillo) cuya hija era parte de la congregación antes de que partiera hacia África y sea comida a manos de caníbales. La llegada de la cantante despertará la pasión en la Hermana Superiora quién compartirá con ella sus dosis de heroína con tal de lograr su amor mientras el convento se cae a pedazos cuando la marquesa retire la ayuda tras la muerte de su hija.
Esta vez Almodóvar ajusta la provocación a las reglas del melodrama y se lo nota más preocupado por sus personaje. Es por eso que las escenas con las monjas drogándose pueden causar gracia o sorpresa pero no suenan exageradas o gratuitamente escandalosas y son menos importantes que el amor no correspondido entre la Hermana Superiora y Yolanda donde la ternura y compresión llega a su pico máximo en el contrapunto donde ambas se cantan una estrofa de un bolero.
Al final -descarnado, visceral, devastador, piadoso- no le falta ni sobra nada y es donde Almodóvar deja las primeras tintas de su sello.
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