Infancia clandestina (Benjamín Ávila, 2011)

 

Película que se emparenta con Kamchatka (Marcelo Piñeyro. 2002), Sinfonía para Ana (Ernesto Ardito-Virno Molina, 2017) o Los Rubios (Albertina Carri, 2003) en cuanto a la infancia de los hijos de los guerrilleros y su relación con la dictadura argentina. Paradójicamente, todas las películas de este tipo terminan por dejar una impresión contraria a la que se proponía al inicio.

En este caso, el matrimonio de Charo (Natalia Oreiro) y Daniel (César Troncoso) regresan de Cuba con sus dos hijos: Ernesto (Teo Gutiérrez Moreno), un pre-adolescente, y un bebé de unos meses, para combatir a la Dictadura argentina casi pisando la década del 80. Se refugiarán en la casa del Tío Beto (Ernesto Alterio), hermano de Charo, también guerrillero que esconde su actividad detrás de la fachada de una empresa distribuidora de maníes con chocolate.

La película centra su mirada en Ernesto en su etapa escolar con sus compañeros de grado y en el descubrimiento del primer amor. Esta elección termina perjudicando la imagen de los padres y tíos mostrándolos como egoístas a los que no les importa sacrificar la infancia de Ernesto con tal de avanzar en su lucha. Evidentemente, la intención de la película es todo lo contrario (mostrar a los padres como héroes y/o mártires) pero la ausencia de un marco histórico contundente (es insuficiente la explicación en los títulos del inicio para entender las motivaciones de la lucha armada) y cierto anacronismo en la actuación de los chicos, ablandan la historia, le resta drama y separa en dos continentes casi incomunicados la historias de los adultos y la del adolescente. También resulta inexplicable la introducción de secuencias animadas del principio y el final; aunque impactantes, terminan fuera del contexto general de la película.

Igualmente, son notables las interpretaciones de Natalia Oreiro y Ernesto Alterio totalmente sumergidos en la década que transcurre la historia. Ellos son pilares de la realización.