Hachigatsu no rapusodi (Akira Kurosawa, 1991)












Después de Ran (1985), Kurosawa se dedicó a envejecer; algo que se atisba en la película mencionada pero que las impactantes escenas de batalla logran disimular. La película posterior a Ran, fue Yume (1990), unos episodios muy pictóricos cuyo atractivo queda resumido en ver a Scorsese como Van Gogh. En este caso, la vejez velada por la evocación y los gustos personales. Al año siguiente, Kurosawa filma la historia de una anciana oriunda de Nagasaki (Sachiko Murase) sobreviviente de la bomba atómica que es visitada por sus nietos mientras uno de sus diez hermanos agoniza en Hawai. 




La película, con una sutileza que parecía perdida en el director, retrata una sociedad que quedó diezmada por la bomba atómica (la generación de la abuela) pero también por los brillos del modo de vida americano que los volvió serviles al enemigo (la generación de los padres de los chicos). Claro que esta crítica queda un poco ambigua cuando aparece Clark (Richard Gere) para confirmar/contradecir el discurso, tanto con el personaje como con el actor que lo interpreta. Sin embargo, la metáfora de la película (uno hierros retorcidos que antes de que la bomba atómica los deformara era un juego para los niños) y el relato entrecortado del momento de la caída de la bomba hacen desaparecer la ambigüedad sobre los responsables de los asesinatos de Nagasaki. Y también recae sobre Machino (Narumi Kayashima) y Tadao (Hisahi Igawa), los padres de los niños, la indignación por el desprecio a sus orígenes.


Es en la generación de los nietos donde Kurosawa deposita la esperanza de que recuperen el orgullo que sus padres perdieron. Idea loable, pero comienza a adivinarse un discurso de viejo cascarrabias que se confirmará luego en Madadayo (1993). En términos de calidad, Hachigatsu no rapusodi es la película que cierra con más ideas interesantes la obra del director japonés.

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