Dolores (Juan Dickinson, 2016)


















Película que comienza tropezando y sigue así hasta que se cae en un final risueño por su ingenuidad.









Dolores (Emilia Attias) regresa de Europa tras la muerte de su hermana. Se reencontrará con Jack (Guillermo Pfening) su cuñado que vive en una estancia hipotecada por deudas junto a su hermana Florrie (Mara Bestelli) y a su hijo Harry, quién es el que otorgará el punto de vista del relato. Por supuesto, la llegada de la tía reflotará pasiones añejas con su cuñado, cambios en la rutina, celos y pasiones...




...según el guión.










En imágenes, la película no deja ningún lugar común por tocar; y esto no sería nada malo si por lo menos hubiera vitalidad en la manera de contarlo. Pero los personajes y la narración son tan anémicos, que ni siquiera la pasión o amor que sienten Jack y Octavio (Roberto Birindelli) un alemán que intenta chantajear a Dolores para pagar la deuda de la estancia a cambio de que ella se case con él, logra calentar un relato gélido que arrastra al personaje de Dolores hacia una frialdad desconcertante (uno hasta puede sospechar en algún momento cierto lesbianismo latente) que impiden el interés por la historia. La construcción del personaje de Dolores se mueve en el malentendido de confundir misterio con frialdad y distancia. Tampoco ayuda una Emilia Attias demasiado contenida en su papel sin permtirse la sensualidad que Dolores podría provocar en los dos hombres que se la disputan. El único personaje que tiene algo de pulso es Florrie, que por momentos pareciera ser parte de un triángulo amoroso con la llegada de su cuñada. Sin embargo, esa punta también queda en la nada.



Apuesta demasiada alta (película de época) para Juan Dickinson, que se queda en la línea de largada. O más precisamente, corre para atrás.

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