Mad Max 2: The Road Warrior (George Miller, 1981)

 

La continuación de la historia del policía Max (Mel Gibson) levanta bastante puntos de la primera. Esta vez, lo que en la primera era apenas un boceto de situación y espacio, en esta ya está desarrollado y en movimiento.

El Guerrero del Camino del título no será otro que Max, convertido en un paria, acompañado de su perro (¿homenaje a I am Legend?), vagando en un mundo devastado por las guerras de tribus motorizadas que se pelean a muerte por una gota de combustible.Tras un altercado con una de estas bandas, Max da con El Capitán Gyro (Bruce Spence) que le pasará el dato de una especie de fortín donde una comunidad logró poner en funcionamiento una extractora y refinadora de petróleo. Al acercarse al lugar serán testigos de un ataque a uno de esa comunidad quien le promete a Max gasolina si lo lleva al fortín. Max cumplirá su promesa pero el hombre morirá en el camino y quedará atrapado en esa sociedad que es asediada a diario por un ejército comandado por el Rey Humungus (Kjell Nilsson). La única manera de escapar es llevarse el petróleo sacado pero para eso necesitan un camión como señuelo y alguien que lo maneje. ¿Y quién otro que Max?

Miller vuelve a tomar prestado los tics del western pero esta vez le da una vuelta de tuerca y transforma el western en un monumental y violento tour de force salvaje, con algo de cómics y pura adrenalina que anticipa la violencia física de The Terminator (Cameron roba muchas cosas de Miller) y el sub-género post-apocalíptico. El guión es tan preciso que no hace falta mucho diálogo para explicar a los personajes: miradas, movimientos y gestos explicitan y dan riqueza a las criaturas que finalmente construirán el mito del Guerrero.

Una gran película cuya salvajada funciona como una sinfonía de violencia donde George Miller es un director de orquesta con mucha imaginación y entusiasmo. Pero además de todo esto, realiza una joya del cine en general que tiene toda la marca de un clásico.