Esperando la carroza (Alejandro Doria, 1985)














Doria es un director subrayador de trazo grueso. Darse cuenta (1983), por ejemplo, tenía la gentileza de ciertos comentarios sociales que sostenían una película de cimientos flojos. Dos años después, toma los tics de la comedia italiana (que por esa época ya era una copia espantosa de lo que alguna vez fue) para mezclarlo con el indefinible grotesco argentino y filma Esperando la carroza.



Desde el vamos, Doria subraya la ironía en busca de la risa: así vemos como al personaje nervioso e histérico de Susana (Mónica Villa) se le dice que es tranquila; al personaje triste y vencido de Jorge (Julio de Grazia) le saludan sus ganas de vivir; o las múltiples referencias a la relación entre el proceso y el personaje de Antonio (Luis Brandoni),  todo en una puesta en escena televisiva que no se priva de justificar la crisis familiar con infidelidades cruzadas; o retratar a los pobres como estúpidos, ignorantes o borrachos; o a la clase media como ladinos pero simpáticos.




Pero sin lugar a dudas, el personaje innecesario es el de Mamá Cora: no sólo porque en la trama es apenas el detonante de la crisis y no hacia falta tanto protagonismo (como si ocurría con La Nona (1979) de Héctor Olivera), sino además que lo interpretara Antonio Gasalla, que si bien encaja en el tono grotesco de la película, cabe la lectura que si lo hacía una mujer el resultado hubiera sido menos festivo. Mamá Cora es tal vez el personaje más vacío del conjunto que si se mantuviera fuera de campo, el resultado de la película hubiera sido el mismo.


Película chillona, insoportable por momentos, con ínfulas de comedia grotesca, pero que se queda en lo superficial y a medio camino de un mensaje confuso y hasta contradictorio.

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