Tacones lejanos (Pedro Almodóvar, 1991)

 















Luego de que ¡Atame! (1989) terminara siendo menos de lo que prometía, Almodóvar vira el rumbo hacia un melodrama rebuscado y feminista. 








En este caso, Rebeca (Victoria Abril) una conductora de un noticiario que anhela ser reconocida por su madre y famosa cantante Becky (Marisa Paredes) al punto de casarse con Alberto (Pedro Diez del Corral) una antigua pareja de ella. Alberto terminará muerto y las sospechas llevarán a la cárcel a Rebeca a pesar de los recaudos/cuidados de un Juez (Miguel Bosé) -que imita a Becky en un bar de travestis- para salvar a Rebeca de la prisión.






Con una exageración visual que lastima, Almodóvar intenta insuflar drama donde no lo hay. Se entiende bastante poco la rivalidad entre madre e hija más allá de las recriminaciones mutuas que estallan y se hipertrofian a lo largo de la película. Y como no se entiende demasiado, importa poco. Los personajes secundarios tampoco aportan mucho: el Juez es apenas una excusa para mostrarlo vestido de mujer a Miguel Bosé (otra vez la provocación gratuita de Almodóvar), la secretaria de Becky o Isabel (Miriam Díaz-Arroca) -la compañera de Rebeca que hace lenguaje de señas- sirven para un par de momentos graciosos y nada más; así como Bibi Andersen, progonizando un injustificable cuadro musical en la cárcel de mujeres, parece un capricho del director.



El final, al borde de la ridiculez, se espera por la idea de que en algún momento de la película Almodóvar no será tan solemne. Pero es una idea, nomás. La película no solo tiene un cierre solemne sino dramáticamente desganado que no alcanza para disimular lo flojo de su estructura. 







A partir de Tacones Lejanos, Almodóvar comienza a dar tumbos.

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