Mad Max -beyond thunderdome- (George Miller & George Ogilvie, 1985)













Como le pasaría a Arnold Schwarzzennegger luego de Twins (Ivan Reitman, 1988), la imagen del violento guerrero post-apocalíptico de Mel Gibson debía civilizarse tras peliculas como Gallipoli (Peter Weir, 1981), The Year of living dangerously (Peter Weir, 1982) o The River (Mark Rydell, 1984) donde Gibson había demostrado ser un muy buen actor.  Por esto, y a la fuerza, la tercera entrega de Mad Max debería también suavizarse.




En este tercera parte, a Max (Mel Gibson) le roban su camión en el medio del desierto. A duras penas llega a un pueblo que vive del trueque y cuya energía es gracias a los gases que producen las heces de los cerdos. Entre los objetos que van y vienen de mano en mano encuentra lo que le robaron. Al pretender recuperar sus pertenencias, es detenido y llevado ante Tía Entity (Tina Turner) quien gobierna el lugar cual faraona. Tía Entity le propone recuperar sus pertenencias a cambio de asesinar a The Master (Angelo Rossito) en una pelea en la Cúpula del Trueno. Aunque The Master cabalga a The Blaster (Paul Larsson) para movilizarse,  -un bruto forzudo a nivel bestia-, Max acepta el trato. La pelea termina de manera inesperada y entonces huye para salvar su vida. En su huída encuentra una tribu de niños perdidos entre las rocas luego de un accidente de avión quienes lo arrastrarán de nuevo al pueblo para la lucha final. 



Aunque la reducción de la violencia salvaje de Mad Max -The Road Warrior- (1980) (la anterior y la mejor de las tres) se nota bastante, se disimula dentro de una estética de historieta, con el encuadre reproduciendo viñetas y cierto humor jocoso para peleas con demasiada piedad. También sobrevuela el espíritu de spaghetti-western que agrega cierta violencia risueña a los combates en la Cúpula del Trueno además de la presencia pop de Tina Turner que le agrega a su personaje una sexualidad al borde del puritanismo.



Sin embargo es en el encuentro con los niños perdidos (homenaje/guiño a la novela Lord of the flies (1954) de William Golding) donde la película se resiente bastante al convertir a Max en un especie de padre díscolo que terminará haciéndose cargo del grupo. Por momentos parece una reversión de Indiana Jones and the temple of doom (Steven Spielberg, 1984), pero sin asumirse como divertimento. Este grupo de niños termina siendo un laste durante la consabida persecución a pesar de las excelentes coreografía de las peleas.



Mad Max -beyond the thunderdome- entretiene pero, inevitablemente, deja expuestos los motivos de ser la última de la saga: se extraña la aspereza de la segunda parte y una cuarta entrega sería tan estéril como innecesaria.


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