New York, New York (Martin Scorsese, 1977)

 













Scorsese venía de impactar con esa película de terror urbano llamada Taxi Driver y quiso cambiar de género (y en especial de tono) apostando a un falso musical.







La historia de Jimmy Doyle (Robert De Niro), un veterano de la segunda guerra virtuoso con el saxo, y Francine Evans (Liza Minelli), también parte del ejército y con un pasado artístico que parece no importarle (ni importar demasiado en la película), encontrándose en los festejos por el fin de la Guerra para iniciar una relación intensa y tortuosa donde los egos de ambos chocarán varias veces durante la exitosa carrera artística que tienen al punto de la autodestrucción con un hijo recién nacido.



Scorsese plantea un drama incómodo desde el inicio (la insistencia con que Jimmy persigue a Francine casi anticipa al Rupert Pupkin de The King of Comedy (Martin Scorsese, 1983) que se oscurece cada vez más y de manera tan asfixiante que el escape de esa realidad será, obviamente, hacia el musical más explícito para oxigenar la historia. De esta manera, Scorsese explica lo que significó para el espectador el musical en los años '40  del relato, desplegando un largo homenaje a Singin' in the rain (Stanley Donen-Gene Kelly, 1952)  filmado como sólo Scorsese puede hacerlo: con entusiasmo, imaginación y rigurosidad; pero dentro de la película está de más.



Quizá sea por este segmento puramente musical que New York New York es considerada como una película maldita cuando merece rescatarse de ese adjetivo. Sólo basta regocijarse con las tomas de las Big Band, o los cuartetos de jazz, o los planos en donde la pareja hace y deshace su relación para apreciar el gran trabajo de Scorsese como director y de Liza Minelli y Robert De Niro como protagonistas de este drama amargo que es indispensable (re) descubrir.



En síntesis, una película que rinde bastante más de lo que las referencias indican.

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