Austerlitz (Abel Gance, 1960)

Abel Gance -quien se encuentra a la altura de directores épicos como David Wark Griffith o Cecil B. De Mille- quedará relacionado para siempre con el personaje Napoleón Bonaparte, al cual le dedicó una producción en 1928, una nueva versión en los 1935 y finalmente ésta de 1960.

Se nota que Gance estudió tan profundamente a Napoleón, que en Austerlitz se permite sacarlo del bronce al mismo tiempo que expone sus habilidades políticas y bélicas. Es así como la película se divide en dos partes: lo íntimo/doméstico, donde lo vemos a Napoleón preocupado por su corta altura, por el tamaño de su cabeza, por gozar con sus mujeres (a la que se podría incluir su hermana) mientras presenciamos como telón de fondo la construcción de una telaraña política que va a desencadenar en el conflicto del título.

Cuando la guerra se desencadene, Gance deja atrás los enredos de alcoba para centrarse en el conflicto y en los distintos personajes de ambos bandos: el General Weirother (Jack Palance), el inventor incomprendido Roberto Fulton (Orson Welles, que le trae a Napoleón el prospecto de un barco a vapor ¡y hasta de un submarino! que Napoleón rechaza) y el alto mando inglés que juega al espionaje para destruir a Napoleón. 

Hábil narrador, Gance deja fuera de campo las batallas mientras su cámara queda pegada a Napoleón y Weirother. De esta manera, muestra que hay una inteligencia que maneja los ejércitos en ese tablero de ajedrez que es el campo de batalla; todo esto dejando que la historia se desarrolle con parsimonia apoyado en excelentes actores como Jean Mercure como el manipulador e insidioso Taylerrand, Pierre Mondy como Napoleón, Claudia Cardinale como la incestuosa hermana de Bonaparte, o una desconocida -por lo voluptuosa- Leslie Caron como Mile de Vaudey, una de las amantes de Napoleón. Todos parecen ser parte de una hipnosis contagiosa que nos hace palpitar como real el momento histórico que se relata.

Una película inteligente y olvidada que merece más de una revisión.