A tale of love and darkness (Natalie Portman, 2015)
Fania (Natalie Portman) es una abnegada madre judía sin un minuto de felicidad para que su hijo sea testigo de su sufrimiento. No importa el contexto histórico (explicado de manera confusa) o las relaciones humanas. Fania siempre sufre.
La ópera prima de Natalie Portman insiste todo el tiempo en construir un pedestal para esa madre que termina por caer en una monotonía que arrastra toda posible empatía con los personajes. El mismo mecanismo emplea Benigni con el padre en La vita é bella (Roberto Benigni) pero la monotonía se anula gracias a los recursos cómicos del director (punto para Benigni). Ni siquiera en los momentos de intimidad con su esposo Arieh (Gilad Kahana) o con su hijo Amos (Amir Tessler), Fania disfruta de la vida. Pero no es solo al personaje de Fania al que se le impide el goce: a A tale of love and darkness se le agrega el defecto de condicionar a todos los personajes sin dejarles margen para independizarse del relato.
Y para que no queden dudas sobre la solemnidad de la historia, Portman filma con muchas sombras, caras compungidas y un tremendismo estresante. Lo paradójico es que tampoco funciona como trance masoquista porque empieza abajo y sigue así hasta que termina.
Con menos solemnidad, hubiera funcionado.
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