Sonatine (Takeshi Kitano, 1993)
Sonatine narra la historia de Aniki (Takeshi Kitano) un yakuza en medio de una lucha entre bandas que a la espera de una resolución de sus jefes irá junto a sus soldados a un refugio en una playa alejada mientras aguarda novedades. Esos momentos en la playa -momentos de felicidad, libertad, amor- son el corazón de la película donde los personajes recuperan el estado de gracia de la niñez plagado de juegos, bromas y ocurrencias. Una especie de paraíso infantil.
Pero Kitano nos muestra ese paréntesis saludable sin quitar el ojo de la tragedia que se avecina. Después de todo, Aniki es un personaje trágico que juega -contrastando con los juegos casi inocentes que practican sus subalternos- a volarse la cabeza en una ruleta rusa que inquieta tanto por la construcción de la escena como por la risa histérica y desesperada de Aniki a medida que pasan los gatillazos y el tiro no sale. Ese momento es una confirmación de que Aniki en un ser depresivo, que ve lo irresoluble de la situación del mundo que lo rodea; y que es conciente de que no hay lugar dónde se pueda encontrar la felicidad (el romance que Aniki entabla con Miyuki (Aya Kokumai) en esos días de playa) sin que en cualquier momento la llegada de un asesino a sueldo (Eiji Minakata) arruine esa dicha para cumplir con su trabajo.
Violencia poética. Poética violenta. Ambos términos sirven para describir esta gran película de Kitano, tan bella como trágica; tan feliz como desdichada.
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