A gun, a car, a blonde (Stefani Ames, 1997)

 



Richard (Jim Metzler) -un paralítico con serios problemas de salud debido a su destructivo consumo de cigarrillos y alcohol-  sigue los consejos de su amigo Duncan (John Ritter) y comienza a imaginarse una vida como investigador privado al servicio de Jade (Andrea Thompson) una típica femme fatale blonda que lo hará enredarse con prostitutas y potenciales asesinos. Obviamente, estos personajes de su imaginación tienen base en aquellos que conoce en la vida real: Duncan, su hermana Madge (Kay Lenz), su pareja Syd (Billy Bob Thorton) y la vecina de quien descononce su nombre. Estas realidades paralelas terminarán por cruzarse de manera fatal cuando la vida real de Richard irrumpa en la ficción que se creó.


Desfachatado acercamiento al cine negro en plan cine clase Z, A gun, a car, a blonde  tiene un tono bajo que le permite meterse en el zafarrancho sin culpas ni problemas (Jade recorriendo desnuda un jardín causa más risa que erotismo). El zafarrancho llega inclusive a sugerir una relación cuasi incestuosa entre Richard y Madge cuando en la ficción la hermana de Richard se transforma en una prostituta que se siente atraída por él sin que la trama ni los personajes se vean ni incomodados ni satisfechos con esto sino que, simplemente, es algo que ocurre (supongo) porque todos debían tener un doble papel en la película. Algo de esto lo confirma el ridículo papel secundario de Ritter como barman en la ficción. 

Pero para ser justos, lo mejor de la película es el descenlace que, dentro de todo su delirio, tiene cierta poética agridulce. 

¿La desfachatez y el delirio convierten A gun, a car, a blonde en una buena película? 

Por supuesto que no; pero tampoco provoca rechazo y hasta puede resultar simpática a pesar de la cantidad de ideas atrofiadas que se van acumulando sin precisión.



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