El perro que no calla (Ana Katz, 2021)
Sebastiàn (Daniel Katz) tiene un perro que hace cuatro meses que no para de llorar. Ante la queja de los vecinos, lo lleva al trabajo para que el animal no se sienta solo. En el trabajo le dan un ultimátum: tiene que venir a trabajar sin el perro o lo echan. Sin trabajo, Sebastián va cuidar una casa al campo y ahí su perro muere. De regreso a la ciudad, cuidará al esposo enfermo de una amiga de su madre y después terminará en una cooperativa que vende vegetales orgánicos. Se enamorará Adela (Julieta Zylberberg) y será padre al mismo que el mundo se paraliza por una rara epidemia. Pasará la epidemia, también su matrimonio y finalmente continuará con su vida.
Lo que llama la atención de esta película de Ana Katz es tanta vida concentrada en tan pocos minutos con una fotografía en blanco y negro que dan un tono distintivo y de interés a relato. Sin embargo, este interés no se sostiene por mucho tiempo ante lo que parece la construcción de un personaje anémico solamente para lograr un efecto cómico pero sin sentido en cuanto a la relación de Sebastián con el entorno. Algo que cambia cuanto vuelve a la casa de su madre o en el embarazo de Adela como si la madurez fuera espontánea.
Pero si la construcción del personaje es endeble, recurrir a la introducción de una epidemia con gente caminando en cuclillas solamente para fechar con fuego el año de la pandemia hace acordar a las malas metáforas de Pino Solanas o Eliseo Subiela, Pasado esto, tampoco ayuda el desenlace optimista, con un personaje ya autosuficiente, padre de familia, regando las plantas como si nada de lo que hubiera pasado en su vida le hubiera modificado.
En definitiva, una de esas películas de un cine argentino que es incapaz de armar un personaje si no es con rasgos impertérritos e indiferente.
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