Novecento (Bernardo Bertolucci, 1976)




Alfredo y Olmo nacieron el mismo día pero en dos familias diferentes: el primero en una familia pudiente encabezada por Alfredo Berlinghieri (Burt Lancaster) y el segundo dentro de una comunidad campesinos que trabajan las tierras de Berlinghieri cuyo cabeza es Leo Dalco (Sterling Hayden). Ambos compartirán su infancia hasta los separa La Primera Guerra Mundial, donde Olmo (Gérard Depardieu) va al frente de batalla mientras que Alfredo (Robert De Niro) se transforma en el rebelde hijo de su padre Giovanni Berlinghieri (Romolo Valli). Terminada la guerra, Alfredo y Olmo reanudarán su amistad. Sin embargo, Alfredo se relacionara con su tío Ottavio (Werner Bruhns) -un bonvivant que recorre Europa- quien le presentará a su compañera Ada (Dominque Sanda). Ada pronto de casará con Alfredo y vivirá en la casa de la familia Berlinghieri donde todavía vive Olmo. Alfredo y Olmo se encontrarán en bandos diferentes cuando entre en escena el facismo representado por el capataz Attila (Donald Sutherland) y sus camisas negras cuando Olmo y su mujer Anita (Stefania Sandrelli) resistirán como comunistas.


Novecento es una oda al comunismo (con el lirismo desbordante de su media hora final) pero al mismo tiempo es una desmesurada mirada sobre los cambios sociales durante casi la primera mitad del siglo (la película cierra en 1945 pero con una coda treinta años después) y la eterna lucha entre los derechos del trabajador y la explotación que sufre por parte de los patrones. 





Bernardo Bertolucci (1941-2018) no se priva de ningún recurso dramático para enriquecer la historia: recurre a metáforas (los gatos maltratados), comedia casi de vodevil (el nacimiento de Alfredo), el documental (la faena de cerdos), guiños a Pasolini (los ragazzos di vita que frecuenta el tío Ottavio) y, por supuesto, el drama de un campesinado sometido filmado con ecos de La Carcova en la fotografía y con un pie plantado en el neorralismo.


En Novecento hay momentos de alegría, tristeza, fraternidad y desolación que son arrasados con la llegada del facismo. A pesar de esta tragedia que terminó en un baño de sangre, luego de la liberación, la alegría se recupera, hay festejos con una bandera comunista gigante flameando por el campo dándole la espalda a la verdadera dicotomía entre derecha e izquierda que Bertolucci expone sin matices y con la elección justa de una pelea eterna de contrincantes que no quieren dejar de pelearse. Aunque uno de ellos será el que se suicide.


Enorme, libre, desbordante, Novecento es una obra cumbre impostergable y digna representante de los años 70.

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