J. Edgar (Clint Eastwood, 2011)



J. Edgar Hoover (Leonardo Di Caprio) fue el cerebro creador de esa ambigua oficina ¿independiente? llamada FBI. Hoover, entonces, relatará en forma de diario, confesión y/o explicación/justificación de sus actos, por qué armó el FBI, sus logros  mientras atisbamos en la intimidad de Hoover y sus relaciones personales tanto con su madre Annie (Judi Dench), su secretaria Helen (Naomi Watts) y en especial con el amor de su vida, Robert (Josh Hamilton) con quien compartió tanto sus días privados como profesionales.


La habilidad de Clint Eastwood (1930) consiste en dejarlo hablar a Hoover -en una estructura que recuerda mucho a The FBI story (Melvin LeRoy, 1959) y la presentación del personaje (incluso desde el maquillaje) también remite a Citizen Kane (Orson Welles, 1941)- mientras nos va mostrando una intimidad incómoda para un Hoover que no sabe cómo resolver sus sentimientos (algo que comparte con su alter ego femenino Helen, también con una sexualidad nula o no asumida) y que lo contraría al punto que intenta que estas cuestiones no influyan ni distorsionen su trabajo.









Sin embargo, llega un momento en que la verdad se hace presente. Esa verdad -revelada sin golpes de efecto- no sorprende, no tanto por la ausencia de golpes de efecto dramáticos, sino porque Eastwood ya nos fue descubrió a un Hoover paranoico que no acepta la realidad. Esa paranoia le sirvió a Hoover en una época de paranoias varias (en especial durante la Guerra Fría) pero con la llegada de Nixon a la presidencia (otro paranoico), sus días de gloria se acaban y su poderosa sombra se va diluyendo como si con la verdad a la luz sus amenazas ya no surtieran el mismo efecto que antes.

Película contundente, con un personaje sin demasiada empatía, Clint Eastwood logra una realización interesante que se constituye en una de las mejores de su carrera.

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