Australia (Baz Luhrmann, 2008)
Segunda Guerra Mundial. Sarah Ashley (Nicole Kidman) es una adinerada dama que vive en Inglaterra cuyo marido está en Australia intentando ganarle mercado al Rey de la Carne (Bryan Brown.) El marido de Kidman es traicionado por su capataz y termina asesinado. Como recompensa por esta traición, el capataz se compromete con la hija del Rey de la Carne. Sarah decide movilizarse a Australia y al llegar se encuentra con el negocio en ruinas y con el pendenciero arriero Drover (Hugh Jackman) quién finamente la ayudará a trasladar el ganado cuando el capataz traidor renuncie a la finca. Por supuesto, el amor nacerá entte ellos y Sarah adoptará a un aborigen australiano que en realidad es un mestizo y cuyo padre resultará ser el capataz traidor. En tanto, Japón ataca la isla y todo se convierte en un delirio.
Baz Luhrman (1962) -luego de la rocambolesca Moulin Rouge! (2001)- va por más y filma una película que tiene todos los condimentos para convertirse en un clásico (comedia, romance, aventura, exotismo) pero no lo logra porque esos condimentos se rebajan, se exceden, se abusan en lo que pareciera un ejemplo práctico del refrán "el que mucho abarca poco aprieta".
La película logra en su primer tramo un interés que se sostiene por la energía de la puesta en escena y la velocidad (gracias al montaje) de las réplicas entre Sarah y Drover. Además, la secuencia del arreo de ganado es intensa. Pero a medida que avanza, la historia comienza a desinflarse por la cantidad de temas que Australia abre -los aborígenes separados de su tribu para reeducarlos, la invasión japonesa, el acoso del Rey de la Carne a Sarah para que le venda la finca y la pelea entre Sarah y Drover- y que Luhrmann despacha con la misma velocidad como los presenta (y eso que la película dura casi tres horas), además de dedicarle demasiados minutos al bombardeo japonés y jugar con la muerte de un personaje de un modo malintencionado.
En definitiva, toda la felicidad que trasmite el inicio de la película termina por convertirse en una mueca de aceptación apenas convincente.






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