Black Gold (Jean-Jacques Annaud, 2011)





El Emir Nesib (Antonio Banderas) y el Sultan Amar (Mark Strong) hacen un pacto para no pelearse por una porción de desierto a la denominan La Franja Amarilla donde el Emir Nesib dice que no hay nada lucrativo. El pacto es que ninguno de los tiene derechos sobre ese lugar. Para rubricar esa tregua, Nesib le pide a Amar que le entregue a sus dos hijos como rehenes que le garanticen la paz. Luego de once años, representantes de una empresa norteamericana le dicen a Nesib que debajo de La Franja Amarilla hay un filón de petróleo que lo hará rico. Nesib aprovecha la extracción de petróleo para darle una vida digna a su pueblo instalando electricidad, colegios y aeropuertos. Sin embargo, el hijo mayor del jeque, decide escaparse para ir a buscar a su padre para avisarle lo que está pasando. Es asesinado por los hombres de Nesib y antes de cualquier represalia, Nesib obliga a Auda (Tahar Rahim), el hijo menor de Amar, a casarse con su hija Leyla (Freida Pinto)  y lo manda a lo de su padre para que le comunique la buena nueva y anunciarle que el pacto que habían hecho queda anulado. Auda al encontrarse con Amar decide ayudarlo a combatir contra Nasib a pesar de que no ve con malos ojos la extracción del petróleo.


Lo efectivo de la película de Jean-Jacques Annaud (1943) es que deja de lado la solemnidad que afecta a las mayorías de sus obras -La guerre du feu (1981) o  The Name of the rose (1986)- y tras plantear el conflicto se dedica a filmar una película de aventuras. Y realmente, el resultado termina por ser satisfactorio a pesar de que Banderas como árabe es poco convincente y tiene tics que parecen sacados de una película de Almodóvar.  No ocurre lo mismo con Mark Strong, que tiene toda la presencia que su personaje requiere y logra convertirse en maestro de su hijo en la educación de la lucha. 








Las escenas de batallas en el desierto están filmadas con pulso, entusiasmo y a la vieja usanza, con casi ningún efecto especial, muchos extras, que remiten a Lion of the desert (Moustapha Akkad, 1981), algo que sorprende dentro de una filmografía más inclinada al relato lustroso. 


Tal vez, la mejor película de Jean-Jacques Annaud.

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